miércoles, 8 de julio de 2015

A por la cuarta...

Después de siete años de derrota (y derrotismo) hoy he vuelto a presentarme al exámen práctico para que un señor con bigote me concediera el carnet de conducir.

Era una jovenzuela cuando lo intenté las dos primeras veces, y solo recuerdo que... no recuerdo nada. En ambas ocasiones, mi mente no estuvo allí, aunque al parecer mi cuerpo sí y no lo hizo muy bien. Después de aquello (unido al trauma de que mis dos profesores fueron personas diabólicas), me rendí como si fuera la persona más inútil de la Tierra y no tuviera derecho a manejar volante alguno.

En Barcelona no te mueres sin carnet porque el transporte público es muy apañao. Pero al volver a Sevilla, al pueblo, me he visto en la necesidad imperiosa de tener autonomía cuanto antes; eso o morir de desesperación.
Como decía, siete años después, después de volver a aprobar el teórico a la primera, he dado 8 clases en las que iba por la ciudad como Pedro por su casa, de verdad que sí. Y además, si hay algo que me tranquiliza es que no me da miedo ni me pone nerviosa ser parte de ese estresado movimiento sobre ruedas que abarrota las carreteras del centro, y que ni siquiera me han pitado (ni saludado de dudosa manera) ni una sóla vez.
Pero la cosa es ésta: hoy me he vuelto a presentar, y he suspendido.
Nada de faltas leves! Nada de errores típicos y normales, todo ideal...
Hasta que una señora ha hecho lo que yo misma hago mil veces: hacer el amago de cruzar un paso de peatones aunque el muñequito del semáforo estuviera en posición de firmes y de color rojo colorao. Yo, por exceso de prudencia y por el susto, he frenado ante el ataque de duda en el momento. Falta deficiente.
Seguí circulando con optimismo sin dar nada por perdido, ya sabéis que en éstas situaciones no sabes como el examinador se va a tomar la broma. Pero algo de tiempo más tarde, al tener que salir de una enorme rotonda, una fitipaldi me ha adelantado por la derecha y ha hecho que mi salida fuera sucia y torpe. Segunda falta deficiente, suspendida. Ale, para casa amiga.

He estado lamentándome de mi inutilidad y compadeciéndome de mi misma durante un buen rato, hasta que he decidido que se acabó.

Que ya llevo una rachita larga en la que me paso más tiempo triste que contenta, y casi todo el rato por situaciones feas que no he provocado yo, pero me afectan. Y he decidido que ya está bien. Que tampoco es para tanto. Que lo que piensen los demás de mi torpeza, me resbala (o lo tengo que intentar). Y que no se acaba el mundo. Y que ya vale de dejarse llevar por esta sensación de naufragio a lo grande. Que las cosas, en todos los campos de la vida, hay que hacerlas lo mejor que se puedan, y luego quedarse tranquila y seguir palante. Que nos gusta mucho eso de flagelarnos. Pues no señor. Mi trabajo está bien hecho, ea.
Y dicho sea de paso, el de mi compañera Rocío también.

Ale, a tirarse de bomba en la piscina pública y reír todo lo que se pueda. Y ya si acaso nos marcamos un tintito de verano con mucho hielo.